22 mayo, 2008

Raspá y Olé


Como ya es costumbre y sin pedir permiso el Nene Girasol tira para atrás en el mercado barato de mis recuerdos. Me lleva a cuando juntaba figuritas de “Frutillitas” excusado en su hermana chiquita y sin cuestionarlo ni resistirme, me lamí la punta de los dedos para ver el álbum remendado en cinta scoch. Inconcientemente me recreo en el olor a frutillas y chicle de la pagina central, en la que prolijamente e intactas en su olor a tiempo se estampan mis figus preferidas: “Las Raspa-y-Olé”
Se sabe que mirar recuerdos es como rascar: todo es empezar. Sin proponérmelo demasiado acabo mirando fotos, hurgando en tarjetas de cumpleaños y releyendo cartas amarillentas. Triste hallazgo cuando advierto que ninguno de mis álbumes actuales tienen la magia del de “Frutillitas” y me doy cuenta de lo mucho que desearía que alguna foto del verano pasado tuviera esa peculiaridad.

Quisiera rasparte la blusa de hilo negro para olerte la imitación de perfume que con tanto esfuerzo te compraste. Quisiera poder olerte esa crema horrible que te pones en la cara y en la que tanta fe tenes depositada. Quisiera olerte el camisón de madre, el pelo de abuela y el hombro de amiga. Quisiera dormirme acunado en el chasqueo constante de tus veinte pulseras de lata mientras tu manos llenas de años y de lavandina me dicen que todo se va a pasar. Quisiera rasparte la piel de madre para quedarme con pedacitos que guardaré como amuletos, como moneditas enterradas, como hojitas de olivo secas. Quisiera pensar que sos tan mía como ajena y tan bruja como buena.
Olerías a vino con soda, a comida recalentada y a un montón de cosas que no me gustan pero que disfruto solo por el hecho de sentirte cerca con la misma magia con la que caminas por una cinta roja para curarme estos empachos de tristeza que tan a menudo suelo padecer