26 noviembre, 2010

La Paradoja del Girasol en Otoño


Un día como hoy, hace un año atrás, me escapé a la Ciudad del Otoño Perfecto con la única esperanza de que ése fuera el único lugar al que el Nene sería incapaz de seguirme.

Paradójicamente, fue el sitio en el que más cerca lo he tenido.

La soledad en los momentos necesarios y la compañía en los momentos oportunos han hecho que desborde mis sentidos. Volví a saborear la llovizna en la cara y descubrir nuevos matices del color rosa. Abrí mis ojos a la belleza que se mostraba cercana y real en cosas que quizás nunca hubiera considerado como bellas. Me encontré solo con mis pensamientos, mis miedos y mis reflexiones y hoy, un año más tarde me animo a escuchar al Nene.

Me dice que ya es hora, que ahora me toca a mí, que ya puedo seguir los caminos que me daban miedo, esos que me llevan a no-se-donde pero que me muero de ganas por descubrir. Me anima a que haga lo que hicimos allí, a caminar hacia cualquier lugar sabiendo que algo maravilloso me puede estar esperando: un muffin de plátano, una bruja buena que vende libros, la música de un saxo, una señora y un perrito tomando el té , un árbol rojo, o amarillo, o rosa, o…

Hoy vuelvo a caminar por Toulouse, me pongo los cascos, me envuelvo en la bufanda todo lo que el viento me permita y salgo a caminar. Pero primero cierro el mapa, lo guardo en la mochila y que mis pasos me lleven donde quieran. Confío en ellos.

26 enero, 2010

Necesidad Fisiológica


Los Puentes de Madison. La muerte de la mamá de Bambi. La canción más triste de Alanis. Una carta escrita en cartulina gris. Mi agenda de 1999 con el martes 13 de julio marcado en rojo. Memoria emotiva. Recuerdos amargos. Dolores físicos. Sueños rotos. Pesadillas reales. Soledades concurridas y multitudes de soledades… Lo he intentado con todo y nada.
Finalmente, lo he conseguido: Me he quedado seco
Me lo reclaman los ojos, el corazón, los riñones, la sangre y el dedo gordo del pie
¡Necesito llorar!

La Naturaleza de las Zanahorias


Y todo está igual. Las zanahorias colgantes desaparecen sin tan siquiera darme la posibilidad de probarlas y me enojo porque aun no comprendo que ésa es la naturaleza de las zanahorias colgantes, nunca dejarse alcanzar y hacerme caminar como un idiota creyendo que estoy ganando una carrera que en realidad estoy corriendo al revés.
Y corro para llegar al mismo tiempo que corro para volver, y persigo cuando creo que escapo y huyo cuando creo que ya sé hacia donde tengo que ir. Y el camino de subida se convierte en la escalera mecánica que baja y el caballo al que quiero montarme es el de la calesita preferida del Nene Girasol: ¡Maldito caballo! Tan balnco y tan esbelto y lo único que hace es dar vueltas en círculo.
Y no importa donde vaya, ni cuando, ni con quien. Lo mismo da Argentina, Alicante o Cuenca. Da igual que apreté el paso o que camine como disfrutando de la lluvia. Sigo estando encerrado en casa, solo e intentando descifrar la contraseña de mi ropero. Sé que dentro, los “fantasmas del armario” siguen atesorando el mapa con el puntito rojo que dice “usted está aquí”.
Definitivamente, para saber adónde voy, irremediablemente necesito saber donde me encuentro y quizás esta desorientación crónica sea mejor que liberar a los fantasmas, quizás las zanahorias sean menos dañinas, o más mudas, o menos memoriosas. Las zanahoria se caen, o se pudren o se las comen los conejos, los fantasmas no. Los fantasmas están ahí, siempre y en todo lugar, porque esa es la gracia, la naturaleza de ser fantasmas.
Simplifica”, dicen las hadas buenas.
Simplifico: ¿Zanahorias o fantasmas?
Zanahorias. No soy tan valiente.

(Y escondido en el armario, junto con los fantasmas, el Nene Girasol se ríe de mi)